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DE "La República" del  8 de febrero del 2020 (versión impresa)

Ana Estrada, la persona

Sobre el derecho de la eutanasia y la confrontación entre el alma y la persona

Publicado: 2020-02-09

La Defensoría del pueblo ha asumido la causa de la psicóloga Ana Estrada por el derecho de escoger cuándo morir. Es la primera vez que una entidad estatal aboga por una causa cuya resolución no está explicitada en la constitución del Perú.

El cuerpo de Estrada ha sido paulatinamente asediado por la polimiositis, enfermedad degenerativa que la ha ido postrando en estos últimos 30 años de los 43 que tiene, hasta dejarla completamente paralizada con excepción de un brazo con el que ella escribe un blog.

En su blog ella ha contactado con muchas otras personas en situaciones parecidas a la suya. En casi todos los comentarios que ella lee en su página aparece la palabra “dignidad”.

Esta palabra denota un concepto muy manido pero poco entendido y menos elaborado por el discurso ético y político. Se habla de la dignidad del animal, del discapacitado, del homosexual, de la mujer o de la persona muy pobre o indigente. Se afirma que en efecto, estos colectivos humanos y no humanos son merecedores de ella, pero en la práctica, se desoye esa investidura natural a los seres vivos superiores y se les repliega a las mismas situaciones de postración desde la cual esgrimieron dicha palabra como reclamo, en primer lugar.

Ese concepto implica entender a cabalidad la identidad de lo que es ser mujer, de lo que es ser minusválido, entender la autonomía ínsita al animal frente a los parámetros conductuales impuestos por el humano. Y esa identidad se define a la larga, más que con una retórica elocuente, con la práctica y la acuñación de leyes que habrían de delinear y acatar esa identidad (esa dignidad) en su forma cabal.

En el caso particular de los comatosos y las personas con una enfermedad degenerativa severa, esa dignidad no se respeta porque las prácticas sociales (burocráticas y médicas) y las leyes ven de manera difusa el concepto de lo que es ser persona. Esto tiene un por qué.

El discurso religioso cristiano, muchas veces contrario a la práctica de la terminación de una vida por el móvil de la compasión (y por decisión y autonomía del ser humano postrado y aquejado), esgrime el concepto de “alma” (No de “persona”). Toda vida inteligente y volitiva, nos dice ese discurso, posee un alma y esa alma es don y reflejo de la emanación de un dios. El alma no nos pertenece, pertenece a la entidad que nos la ha concedido. El alma así, es la parte más preciada de nuestro ser y el cuerpo y el mundo material es el medio por el cual esa alma se probará a sí misma; la negociación que haga aquella con el mundo terrenal que le tocó vivir determinará su salvación o condenación eterna.

El prestigio del concepto del alma descansa también en la atribución de ser eterna.

Dios, alma, eternidad. Estos conceptos están férreamente entrelazados en el discurso cristiano de siglos, desde San Agustín en adelante. Lo mejor de nosotros, según el discurso platónico desde la cristiandad temprana, está fuera de este mundo. Nuestro cuerpo no es más que una mera envoltura, aunque si bien participará del juicio final, será a la larga desechado en los umbrales del cielo o el infierno.

Así, importa en el caso de Estrada y los miles de personas como ella, la preservación de su alma. El cuerpo es solo una prueba de lo que vive y se manifiesta terrenalmente. Lo mejor de ella ha de ignorar los placeres y sufrimientos propios dentro de una retórica trascendentalista que va perdiendo en la modernidad, su elocuencia. Esa retórica ha insistido durante siglos que su bien más preciado, lo que se supone que hace que ella (Estrada) sea ella, se coloca fuera de los parámetros de la interacción humana y terrena, legal y política. El alma y sus prerrogativas están fuera de todo debate mundano.

Pero los seres humanos nunca nos hemos movido, nunca hemos vivido dentro de los parámetros trascendentalistas. Hablamos sobre esos parámetros con mayor o menos efusividad, nos dirigimos a ellos pero no vivimos en ellos. En mi larga experiencia como persona humana y en mis largas lecturas inquietas sobre lo que es ser humano, o persona, asevero que no me he topado jamás con alma alguna; lo que he tratado, amado, odiado, o sobre los que he proyectado meras cortesías , son personas, personas de cuerpos y de psique manifiesta en sus acciones y decires. He conocido con beneplácito, tedio o desagrado, a individuos y sus circunstancias particulares, radicalmente terrenales. He hablado con algunos de ellos, sobre las experiencias trascendentales en el ámbito de lo religioso o lo artístico. He vibrado con ellos ante la posibilidad de otras formas de ser y de mundos que se alejan de las fórmulas de la retórica pragmática y ciencias llanas carentes de imaginación. Nunca les he concedido a pesar de ello, el atributo supremo del alma; su terrenalidad, su finitud, su inevitable mortalidad las hacen preciadas y maravillosas a mis ojos. Y sé también que ese intercambio gozoso descansa por igual en los beneficios que les proveen sus cuerpos, su estructura motora y su cerebro, y que estos deben ser al menos medianamente funcionales.

El hombre, la maravilla del mundo, parafraseando a Hamlet, se manifiesta en toda su integridad en el aquí y el ahora. Esa maravilla prescinde perfectamente de la tríada dios-alma-eternidad.

Estrada, la persona, dice disfrutar la vida. Su cerebro está lúcido pero sabe que su condición motora será peor y podrá repercutir sobre sus facultades cognitivas dentro de un tiempo. La tecnología médica la puede obligar a vivir lo invivible para su condición de persona, persona que es (aún) capaz de hablar de sí y de reflexionar sobre su existencia y la de otros, persona que es proclive al amor y a ser amada.

No conozco a Estrada pero escogí esta foto donde aparece ella: una mujer de hermosa sonrisa, acompañada de seres que probablemente les son queridos. Estrada está frente a una ventana y mira la luz natural, en todo su esplendor material.

No veo alma en esa sonrisa y en esa faz celebratoria de la vida presente. Solo puedo ver a una persona, un ser de carne y hueso que conoce los límites del cuerpo, que ama la vida pero que sabe que esta impone sus condiciones para seguir en ella. Estrada acata el presente.

Solo los mortales saben morir con la mirada en alto, dignidad (ahora sí, la palabra) negada a los dioses.


Escrito por

Enrique Bruce

Enrique Bruce Marticorena es escritor y enseña lengua y literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú, la UPC y la USIL


Publicado en

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