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Conservadurismos y educa$ión

El trío que no se atreve a decir su nombre: el conservadurismo radical, el (mucho) dinero y la mala educación

Publicado: 2019-09-05

La congresista Tamar Arimborgo quiere “investigar” el proceso de licenciamiento de las universidades de la SUNEDU. Como bien nos recuerda Eduardo Argent: después de una serie de marchas y contramarchas y de ciertas medidas cuestionadas por las instituciones superiores y especialistas del ramo de la educación, las reformas de la SUNEDU en estos últimos años se han resuelto como positivas: De hecho, hay una mayor inversión en infraestructura de parte de las universidades privadas, que antes, y los parámetros de calidad han puesto en jaque o han eliminado del mapa a universidades que solo lo eran de nombre (entre ellas, aquella de la cual la congresista de marras se graduó).  

Sin embargo, Arimborgo investiga. Ella es la punta del iceberg de un movimiento que ha cundido y hundido a una parte de la población peruana en el marasmo intelectual (o quiere hacerlo) y en un emprendurismo mal entendido.

Los movimientos pentecostales y carismáticos del Perú de hoy están lejos de aquellos de finales del siglo 19 que motivaron la superación material de la población marginal de los EE.UU., movimientos que colaboraron con la inserción justa (o menos injusta) de la clase trabajadora norteamericana en el mercado laboral y que apuntaló con otras agrupaciones civiles, la causa de la gente negra. Los fieles de diversas agrupaciones evangélicas de los últimos años están aun más lejos de la rama liberal protestante (llamada “histórica”) que dio en Europa y en Norteamérica sus mejores frutos, rama proclive a la ética del trabajo y abierta a los productos y propuestas de la técnica y de las humanidades. Parte de ese movimiento liberal evangélico, de hecho, elevó el nivel de los provincianos pueblerinos del sur andino en las dos primeras décadas del siglo 20 (El florecimiento de los intelectuales y poetas del grupo Orkopata en Puno, es un noble ejemplo).

Buena parte de los congresistas fujimoristas es afiliada a una iglesia evangélica radical o tiene tratos con sus adherentes. Sabemos de la poca orientación ideológica de la bancada naranja; ellos van por donde soplan los vientos populistas (aunque su veleta está algo enclenque desde la prisión de su lideresa). El desenvolvimiento de la fiscalía por el caso Lavajato ha puesto a dicha bancada en clave de supervivencia: evitar la cárcel importa más para muchos parlamentarios que poner en práctica un programa político que no existe. Ellos supieron cómo llegar al hemiciclo pero no tienen idea de qué hacer allí salvo administrar el mercadeo de prebendas y negociados para ellos o sus allegados (Los fujimoristas claro está, no están solos).

El maridaje entre fujimoristas y evangélicos fundamentalistas no es de sorprender. Como no es de sorprender la alianza entre estos últimos y la informalidad a veces, rayana en la delincuencia (No hace falta más que ver el proceder, a veces violento, de sus líderes y sus manejos inmobiliarios). La palabra “emprendurismo” se ha tornado en un talismán que ilumina el rostro del que la esgrime, ya sea en un foro empresarial, en un aula universitaria o desde ciertas tribunas congresales. En épocas de ligereza rampante como la nuestra, el poder iluminador del vocablo descansa en su ambivalencia. “Emprendurismo” podría significar en su sentido noble, “hacer empresa” dentro del marco de la ley y de la ética del respeto tanto para con el trabajador o el consumidor. Pero ese término también obedece al lado oscuro del dinero rápido y del merodeo a espaldas del Estado y de la ley. Muchos peruanos, sobre todo, los migrantes andinos y sus descendientes (población adepta justamente, a las consignas vociferantes de los templos pentecostales), saben bien que el Estado no ha estado de su lado y la ley que este ordenaba acatar estaba diseñada para la conveniencia del gran capital y sus políticas cortoplacistas, no para el ciudadano de a pie. Fue así la mayor parte de nuestra trastabillada vida republicana. El gran capital que surgió en pocas manos desde la época del guano, acuñaba leyes para los nuevos ricos de la época; los nuevos ricos de hoy no precisan que se acuñe ley alguna en mercados cada vez más ingentes que viven fuera del radar estatal y de las instituciones de control impositivo y financiero. El matrimonio entre las entidades políticas y el dinero nuevo no se ha consolidado como en otros países; solo la CONFIEP (dinero viejo) logra consensos esporádicos, no los millonarios de los conos de Lima cuyos nombres se mantienen en el anonimato hasta que uno de ellos decide incursionar (demasiado improvisadamente) en política.

Todo un Perú ha crecido en los extramuros de un Perú imaginado por la oficialidad. Ese es el Perú de Arimborgo. Ese Perú tiene un concepto harto distorsionado de “educación” o “universidad”, distorsionado claro está, desde los parámetros del Perú oficial. El cultivo del espíritu crítico es irrelevante para ese nuevo Perú: los padres anhelan para su progenie la educación superior, pero no para que les den herramientas de juicio reflexivo y consolidación ciudadana, sino para los fines prácticos de la profesionalidad técnica y el emprendurismo (siempre ambivalente). En los casos más sombríos, se anhela para el hijo o la hija, un título instantáneo para ocupar algún cargo público que tiene como requisito, precisamente, la impronta de un certificado de la nación (De estos saben los congresistas que “apadrinan” asignando cargos a sus ahijados recién titulados). Arimborgo no puede concebir otro tipo de universidad, solo concibe el tipo que la SUNEDU desdeña en principio. Su proceder es tanto taimado (busca conciliarse con los dueños de universidades que anhelan ganancias rápidas) como afianzado en una realidad cultural que recién se hace visible a gran escala.

Por supuesto que los nuevos ricos o la clase media emergente no están solos; la vieja guardia capitalina también adolece de miopía espiritual: basta escuchar a un Roque Benavides o un Pedro Olaechea para saber que la idiotez también merodea en los salones ampulosos del Club nacional, salones que legitimizan dicha idiotez y que invitan a una deslumbrada Meche Araoz a calificar a Olaechea de “caballero”. Solo una cosa urge apuntar aun con el riesgo de pecar de incorrección política: la gente del dinero viejo por lo menos atestiguó un discurso alternativo al cortoplacismo capitalista: aquel que honraba la obligación por los que menos tenían y que abogaba por la dignidad del espíritu cientificista y humanista. Que algunos lo desoigan es otra cosa, pero tuvieron la oportunidad de atenderlo.

En el otro Perú, el apego a los discursos cívicos y englobadores del ser humano que vayan más allá de la visión cortoplacista que beneficien a mi clan, está del todo ausente entre los miembros de la nueva clase media y sus millonarios recientes. Sus jóvenes no escucharán dichos discursos en las aulas investidas cada vez más de emprendurismo (bueno o malo) en una era donde se hace ilegítimo todo espíritu crítico. Las humanidades en retirada dejan a la intemperie una nueva casta de peruanos inmersos en la sobrevivencia de los suyos sin visión de país. Para ello, las sectas evangélicas radicales ayudan a la causa anti-ciudadana. Uno ha de trabajar, proclaman desde sus foros templarios y radiales, y en las cuatro paredes de sus conciliábulos, para “los suyos”, para los fieles, no para la masa informe llamada “Perú”.

El conservadurismo religioso radical siempre fue enemigo de la inteligencia y siempre nos recordó que la serpiente que tentó a Eva y la perdió junto con su pareja, era custodia del árbol de la sabiduría. La SUNEDU es esa serpiente, lo mismo que cualquier discurso liberal que hieda a reflexión autónoma.

Blanca Varela, que se adscribía a la izquierda de su tiempo, decía en una entrevista, que ser de derecha era natural, era espontáneo (Se entendía por “derecha” a la tendencia persistente de abogar por políticas que sostengan preferentemente, a la clase propia o la del clan). La afirmación dará escozor a algunos pero es totalmente cierta: un pedo o un estornudo siempre será más natural y espontáneo que, digamos, deleitarse con pasajes de El Quijote o apreciar una puesta en escena posmoderna de Shakespeare. O, en la misma vía, enfrascarse por causas ajenas al entorno social propio e inmediato porque ello implica esfuerzo y afirmación de independencia frente a lo que siempre se me inculcó.

En ese sentido, Arimborgo, tengámoslo por seguro, es más natural y espontánea que muchas cosas en la vida.


Escrito por

Enrique Bruce

Enrique Bruce Marticorena es escritor y enseña lengua y literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú, la UPC y la USIL


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