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De lo cómico, en serio

Sobre la representación racial en la comedia

Publicado: 2017-11-29

¿Puede una comedia inteligente salirse con la suya y escapar de la sentencia de la corrección política? ¿Pueden las personas sensibles al tema del racismo, reírse en algún momento de un chiste ingenioso que apunte a un grupo racial o social? No lo sé. Y no conozco a nadie que haya dado una sentencia cierta como respuesta a cualquiera de estas preguntas. Y ojo que en las preguntas formuladas hablo de la buena comedia y de un auditorio o lectoría de personas inteligentes y capaces de captar sutilezas retóricas en una broma o puesta en escena. Es en la buena comedia antes que en la burda (y en la recepción de ambas) donde giran las preguntas que en mi haber, valen la pena. En un artículo de La República, el columnista Carlos Páucar critica la insistencia de los estereotipos raciales de Jorge Benavides (la paisana Jacinta, el negro Bemba) pero subraya también “su limitada capacidad de hacer reír con guiones originales y creativos”. “Hay una facilidad”, prosigue, “para recurrir al sketch efectista, sin elaboración”.   

La crítica social del articulista va acompañada de una crítica estética al producto, o los varios productos escénicos de un comediante. Esto señala el territorio escabroso del género escénico o literario que llamamos “comedia”. Asaltar un producto cómico desde el desfiladero de la corrección política presenta en principio, un oxímoron: la comedia no tiene, por definición, NADA que ver con la corrección política. La corrección política, consigna forjada en los ochenta en los EEUU., tiene que ver con un protocolo a seguir en el discurso público (político), no con lo que se pueda estar desenvolviendo en el ámbito privado. Tengo que cumplir, en resumidas cuentas, con lo que haga o diga puertas afuera. Mi respiro será en el ámbito de puertas cerradas, entre amigos y familiares cercanos. La comedia, en cambio, nos arrastra de esa zona de confort y nos saca el trasero sucio al aire. Nos quita el calzón y lo coloca en un estandarte para que todos lo vean. Nos jode o nos deleita (cuando el calzón no es nuestro).

Desde Aristófanes en adelante, la comedia en Occidente ha recurrido al realismo sucio, a la escatología y ha caricaturizado hasta lo grotesco secciones de nuestra anatomía. En el escenario griego, el romano y el medieval, se han lucido actores con prótesis de penes o traseros gigantescos. El pedo sonoro o el eructo han precedido a aplausos y carcajadas. En la letra escrita, no falta el vómito o las heces que han dado en caer en el sitio equivocado (una cara, por lo regular). Uno de los grandes campos de acción de la comedia o la caricatura ha sido el cuerpo humano, cuerpo cuyos instintos y fluidos son dejados de lado por discursos y productos artísticos más solemnes. No es casual que en muchas escenificaciones de lo cómico, tanto de talento como de las mediocres, no falte las alusiones sexuales o escatológicas, el transvestido o la cara pintada. O alguna protuberancia exagerada: una panza de tambor o unas tetas de marquesina.

En el discurso obsesivo de lo racial en Occidente, hay una raza que no ha sido racializada: la blanca. Ella ha señalado directa o indirectamente, la norma a seguir en lo que concierne a patrones físicos y culturales. A tal grado, que muchas representaciones caricaturescas y conocidas del fenotipo caucásico han escapado del radar como alusiones propiamente raciales. Pongo dos ejemplos: El primero asomó a mí hace años viendo un programa de la televisión norteamericana, Comedy Central. En él se replicaba un sketch de Cyrano de Bergerac, el personaje de la gran nariz que le diera título a la obra de Edmond Rostand. En la versión gringa, el actor que hacía de Bergerac no era blanco, sino negro, y la prótesis de nariz que le pusieron cubría su cara de oreja a oreja con el tamaño exagerado de sus fosas: una caricatura de su nariz subsahariana. Me quedé de una pieza, sobre todo sabiendo que el elenco y producción de Comedy Central era de muy buen nivel y apelaban a una audiencia liberal y entrenada en la corrección política. Pero de inmediato caí en algo: la nariz larga y respingona que lució José Ferrer en una versión cinematográfica de Cyrano de Belgerac (ver foto) era la caricatura de una nariz que solo una persona blanca podría ostentar, no una negra, una india o una asiática. En la segunda versión de la invisibilización de lo racial en el blanco, que anuncié, un amigo coreano me hizo notar que el famoso monstruo de Frankenstein, en la versión fílmica que inmortalizó Boris Karloff, no era otra cosa que una representación grotesca del caucásico. Su grandísima estatura, su cráneo alargado y su frente de visera (que no podría ostentar un asiático) conformaban en conjunto una irrespetuosidad a la fisonomía europea.

Los atributos físicos exagerados de un Cryrano o la criatura de Mary Shelley llevada al cine, fueron considerados atributos idiosincráticos, de un solo individuo, merecedores de burla, de piedad o de miedo: nunca fueron vistos como alusivos a una raza. Los blancos, en resumidas cuentas, no conforman propiamente una raza, es decir, un grupo delimitado como objeto de reflexión crítica o de burla. Sin embargo, ello esta cambiando desde hace años a la par que más voces, reflexiones, burlas y talentos empiezan a salir de diferentes trincheras de la sociedad. Si la imagen de la paisana Jacinta provoca indignación en los círculos más liberales,  se debe a un fenómeno de contraste entre el representar cómicamente a una persona andina y el hacerlo con una blanca. La paisana Jacinta no tiene aún la estatura privilegiada (disculpen la broma) de un monstruo de Frankenstein o un Cyrano: en tanto mujer andina, su cuerpo y sus maneras han sido cosificados largamente en los siglos que nos preceden como nación, experiencia absolutamente desconocida en las personas blancas. Sus características físicas no corresponderán, por consiguiente, a la de UNA mujer andina sino a la de TODAS en el imaginario nuestro de racialización de las personas de color. Ya llegará el día en que la comedia y la recepción inteligentes nos ventile el culo a todos, culos marrones, blanquitos, negritos, peluditos o lampiños, todos bonitos. Necesitamos como país de esos nuevos aires.


Escrito por

Enrique Bruce

Enrique Bruce Marticorena es escritor y enseña lengua y literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú, la UPC y la USIL


Publicado en

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