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South Trump

Publicado: 2016-07-15

La ficción ha creado un sinnúmero de villanos atractivos, desde un Don Juan Tenorio o un Macbeth a inicios de la modernidad, a los protagonistas de las historias de Sade del XVIII para llegar, no sin aliento, a las historias neo-góticas y los asesinos en serie que dejaban sus rastros en los diarios sensacionalistas del XIX. Luego, los malvados irresistibles del cine saltarían del ecrán a la imaginación masiva con diferentes propuestas de perturbación y trivialidad. Sin embargo, es justamente este último ámbito, el de la trivialidad, el que parece delinear mejor la misión de los nuevos transgresores.

El mal, encarnado en ciertas criaturas célebres, dejó de transgredir propiamente los mores imperantes, tal como se proponía desde el Romanticismo, para sencillamente, hacer explícita la precariedad de esos mismos mores en la sociedad de masas. Eric Cartman, personaje co-protagónico de South Park, producto brillante de la colaboración entre Trey Parker y Matt Stone, es la propuesta televisiva que mejor encarna la trivialidad de nuestros tiempos, y sus peligros.

Cartman, como se le suele llamar en la serie animada, esboza en un episodio, una pintoresca teoría: afirma que introduciéndose comida por el ano, una persona es capaz de defecar por la boca, en un proceso digestivo inverso.  Sus amigos, entre ellos, Kyle Broflosvki, le dicen que es un imbécil y que ello es fisiológicamente imposible. Como suele pasar en toda circunstancia en que Cartmen ensaya galimatías como esas, él tiene razón. Delante de sus amigos, se introduce un hamburguesa por el recto y termina defecando por la boca. Su experimento se vuelve tendencia general a nivel nacional y todos deciden ingerir sus alimentos por el ano. Por supuesto, un comité nacional de científicos encomiará el descubrimiento de Cartman y afirmarán a la vez, que esta manera de comer ( y de defecar) es de hecho, más saludable que la tradicional. Habrá otros episodios donde Cartman pone al descubierto la insensatez que gobierna el mundo. Probará la existencia de duendes y de extraterrestres, y del diabolismo innato en los niños pelirrojos. Viajará al futuro enterrándose en la nieve; se trasladará al pasado arrojándose desde el techo de su casa y cambiará la historia de la independencia americana. Organizará a la población de South Park para que marchen repitiendo el estribillo: Die Juden mussen verlassen ("Los judiós deben irse") haciéndolos creer que la frase es arameo, al igual que en la película La pasión de Cristo de Mel Gibson, a quien él admira por su antisemitismo. Sus seguidores marchan felices creyendo llevar el mensaje de Cristo al vecindario, sin tener idea del significado real de la arenga. En otros episodios, Cartman organizará mafias, concursos fraudulentos y bandas musicales cristianas con canciones libidinosas subliminales para su provecho personal. No cuenta tanto con su propia inteligencia como con la ingenuidad pasmosa de los demás.

Kyle Brofloski es su nemesis. Kyle es inteligente y tiene asidero moral, pero justamente estas virtudes espirituales lo llevan, capítulo a capítulo, a la derrota y a la humillación. Quiere develar al resto, la estupidez descomunal de su obeso compañero solo para probar que el mundo inconcebible que este convoca y pregona es el único que hay. En un episodio, la policía está a la caza de un asesino en serie y Cartman finge (o parece creer) que tiene poderes clarividentes y que puede descubrir la identidad del homicida. La policía (por supuesto) decide aceptar su ayuda. Kyle insiste ante los oficiales que Cartman es un farsante y que los poderes mentales, sea de clarividencia o de telekinesis, son una patraña. Decide probarles que él también puede producir un efecto ilusorio, pretendiendo desarticular eventualmente, ante la policía, los procesos del engaño y las falsas inferencias. En el momento en que expone los mecanismos del fraude, Kyle descubre que él mismo tiene poderes telekinéticos. Los oficiales quedan entonces, más convencidos que nunca, de los dones de Cartman. Lejos de desentrañar un engaño ante los demás, Kyle descubre que el mundo es una fuente constante de ilusiones y quimeras. La insensatez manda. La inteligencia y el sentido común son un obstáculo para la revelación de la vida como una gran incongruencia.

Donald Trump no es un personaje de una serie animada, es la profecía autocumplida de uno. El secreto de su éxito es la superstición y los miedos de los demás, en especial del blanco americano de los sectores medios y bajos.Él gana porque ha exteriorizado mejor que ningún otro candidato republicano (o demócrata, para el caso) la directrices divergentes que guían o desvían a la sociedad norteamericana. El mundo de los 140 caracteres que parecen regir la vida de millones dentro y fuera de los EE.UU. es el espacio textual perfecto para la digresión y la conformación de quimeras de todo tipo. Las verdades son temas de largo aliento y ello genera impaciencia en mentes condicionadas por la inmediatez y el contenido esquemático. Se buscan los datos que le den consistencia a lo que se desea o se odia. La certificación de las fuentes de dichos datos es tediosa; la inmediatez de lo que se dice y se replica masivamente a través de las redes sociales, me invita a ser uno con los otros muchos. Ello conforma un placer que no me procura el tedio de la constatación de fuentes. El poder es catódico, instantáneo y masivo. Las redes de galimatías y mentiras es la nueva cofradía para la mente ansiosa y espantada ante su soledad en masa. La razón de unos pocos se eclipsa frente a la razón de ser muchos.

Donald Trump , cuando retuitea datos falsos o no probados de la “iniquidad” musulmana o hispana, hace hablar a algunos de sus seguidores en arameo: ellos ignoran que están replicando un discurso de destrucción y de muerte. Los hace alejarse, tal como expone con elocuencia un articulo del NYTimes, de la retórica de admonición del holocausto judío y de las leyes ignominiosas de Jim Crow. Los espectros del odio que Trump descubre en las redes son relativizados por el propio candidato. A la larga, nos dice el blondo millonario, son solo blancos ("entendiblemente") descontentos por el status quo.

El mal se trivializa. En ello consiste el poder corrosivo del mal en el siglo XXI: la calibración consensuada de su propia naturaleza como inocua mientras corrompe mentes y desarticula ideologías solidarias. Los conservadores sociales también se sienten perdidos con Trump: ellos tenían antes, el discurso claro de la tradición religiosa, pero la trivialización socava las bases de ese discurso por igual. Lo solemne se erosiona ante la ironía sin freno de nuestros tiempos. De otro lado, el discurso de raigambre ilustrada de los progresistas sociales solía requerir (en los buenos tiempos) de la fe en las mujeres y hombres que habían pensado exhaustivamente, desde el arrojo filosófico de la Ilustración, las directrices individuales y colectivas como alternativa a la sabiduría, más asumida que pensada, de la tradición religiosa. Pero la razón y las personas racionales también están en declive. El ataque a los académicos y los políticos articulados de discursos y proclamas consideradas tediosas o abstractas es pandémico desde antes de Trump y los reality shows. Los Kyle Broflosvkis no tienen cabida en un mundo donde se ha probado que, no importa el orificio por donde te insertes los alimentos, si no te salen heces por la boca, no estás del lado de los ganadores. No estás del lado de un Donald Trump quien se llena, en cada mensaje televisado, la boca de, bueno, éxito.


Escrito por

Enrique Bruce

Enrique Bruce Marticorena es escritor y enseña lengua y literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú, la UPC y la USIL


Publicado en

Andando de paso

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