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Amarillo, naranja y un toque de rojo

Las lecciones cromáticas de un cardenal

Publicado: 2016-06-05

El cardenal Juan Luis Cipriani ha inspirado en mí al pintor que no fui ni seré: Me ha enseñado como nadie del parentesco de tonos y colores.

Desde su púlpito de RPP, muy naranja, ha denunciado la “guerra sucia” contra la candidata Fujimori, y ha avalado la visita no menos naranja, de Castañeda con KF. Su color oficial es, se supone, el amarillo del estandarte vaticano. Amarillo es el verticalismo avalado por siglos de tradición y disputas de tierra y estamentos, tanto en Europa y como en América. Amarillo es la entrega de muchos religiosos (todo hay que decirlo), que no visten el púrpura cardenalicio cuando trabajan en tierras de fronteras, que emprenden las misiones evangelizadoras y las ayudas humanitarias que lustran mejor el amarillo de Roma. Sin embargo, ese amarillo de la caridad puede guardar cierto parecido incómodo al naranja del clientelismo y puede por momentos alejarse de la (muy) rojiza proclama del Vaticano II y la Teología de la liberación en Latinoamérica.

La institución religiosa más exitosa de Occidente puede convertir la caridad en anaranjada prebenda; es así que el maridaje entre el fujimorismo y el aprovechamiento arzobispal del trabajo arduo de los de abajo (sobre todo en el caso de los modestos religiosos sin afanes de poder, de los que hice mención) es aprovechado desde el cómodo despacho de un palacio arzobispal. Lo naranja (que, sabemos, involucra cromáticamente lo amarillo) dicta como norma tácita y no declarada una cierta legitimidad del clientelismo; es decir, afirma y promulga la minoría de edad de ciertos ciudadanos que parecen guiarse solo por necesidades primarias (harto explicables, por cierto, entre la gente pobre) y no por principios.

Dar de comer y abrigar al desvalido es tarea primera de toda sociedad que se asuma civilizada, secular o no. Pero formar ciudadanos que calibren con responsabilidad, los gobiernos cuya jurisdicción vaya más allá de mi familia o de mi barrio, como lo es el del gobierno de toda una nación, es tarea también muy importante. Y en ello sirve poco el espectro entre amarillo y naranja en el que monseñor se mueve.

La abierta declaración de Keiko Fujimori en contra del aborto, salvo el terapéutico (ya sancionado), y su acercamiento a grupos evangélicos contra el matrimonio homosexual, abre una brecha entre ella y su contrincante PPK, pero la acerca a la proclama amarilla de la defensa de la vida desde la concepción y el de la tradición sacramental de Roma. Ese acercamiento le es conveniente, por el momento, a la naranja candidata. La postura de la Iglesia frente a estos puntos es éticamente debatible, pero porque el tema en sí es éticamente debatible, es pertinente que el portavoz de la Iglesia en Lima se pronuncie al respecto (por más que el que escribe estas líneas, disienta con su postura). Todo lo ético le concierne. Hasta allí, todo amarillo. Lo que sí se me hace escandalosamente naranja es que el empurpurado cardenal se aleje del mejor tono que alienta su institución y abogue por deslegitimizar el ataque frontal de estas semanas contra KF y su cultura de corrupción, y que defienda, de otro lado, a un alcalde que usó los intersticios del reglamento (hábito muy naranja) para dejar de ser alcalde un ratito y respaldar a una candidata que, de modo paralelo a él con sus amarillos en Lima, vestirá al Perú de naranja. Y de paso, a un arzobispado del centro de Lima, de banderita de amarillo Vaticano ya de por sí muy muy naranjita, sin ayuda de nadie.


Escrito por

Enrique Bruce

Enrique Bruce Marticorena es escritor y enseña lengua y literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú, la UPC y la USIL


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Andando de paso

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